El karma es una de las nociones fundamentales
de las enseñanzas de Buda; es un concepto sutil y con frecuencia mal interpretado o equivocadamente definido. Por
un lado el kamma es una forma de causalidad (niyama), por otro está relacionado
con la voluntad, con las creencias y, sobre todo, con la manera de pensar, con
nuestras creencias (opiniones, manías, obsesiones, prejuicios, certezas, etc.).
Uniendo estos dos rasgos que definen el Kamma
debemos relacionarlo tanto con la responsabilidad moral que generan nuestros
actos, como también con la perpetuación de creencias o de sus manifestaciones
como opiniones, actos o esquemas fijos en función de los cuales se deciden
nuestras acciones futuras.
El Kamma no sólo es un condicionamiento
inexorable contra el cual no podemos luchar, sino también nuestros propios
condicionamientos en forma de creencias fijas, de las que muchas veces no somos
conscientes y nos impiden cambiar, evolucionar, escapar al sufrimiento. Una
parte del Kamma lo producimos nosotros mismos y está en nuestras manos
liberarnos de él.
Evidentemente nosotros consideramos que nuestra
forma de pensar es positiva, ella define para nosotros lo que es “normal”, las
ideas, los valores, pero, además, quiénes somos. No las percibimos como rasgos peligrosos, prejuicios
insensibles o actos fuera de contexto, más bien como lo que es “verdadero”,
“justo”, en definitiva, lo que debería ser.
Si somos capaces de vernos con un poco de
distancia, podríamos ver la vía estrecha de nuestra visión de las cosas y
aceptar que hay muchos puntos de vista válidos y verdaderos.
Como ley de causalidad, el kamma se distingue por ser una forma de
retribución; no está relacionado con el pecado, el perdón o el castigo, simplemente con la idea de que una causa origina un efecto, independientemente de la persona que la haya
generado. Por ejemplo, el que roba se convierte en una persona desconfiada que
sospecha de todos.
La apariencia de retribución que asociamos al
karma, es decir, pagamos en otra vida lo que generamos en esta, viene de una
concepción universal de la causalidad: el mundo (loka) en el que viviremos (en
un momento, en algunos años o en otra vida) es el resultado directo del mundo
en el que vivimos en el presente, no hay otro mundo, los fantasmas, los animales,
los hombres compartimos un solo y único universo. Si nosotros hoy contaminamos
nuestro mundo presente, mañana viviremos en un mundo contaminado. Si
favorecemos la ley del más fuerte, olvidando los principios éticos, algún día,
año, otra vida, podríamos estar del lado débil y sufrir las consecuencias de haber amparado el dominio del fuerte.
La apariencia de castigo del kamma viene dada por
la ausencia de escapatoria: nosotros recibimos las consecuencias de nuestros actos porque no tenemos otro mundo donde
existir.
Kamma en Pali quiere decir “acción, acto o
realización de una tarea”. El acto forma una cadena que conecta una intención a
una consecuencia. Pero también encadena nuestras creencias, nuestros
prejuicios, nuestras certitudes, en definitiva, nuestra visión del mundo a sus
consecuencias. Como nuestra visión del mundo conlleva una serie de
consecuencias positivas o negativas, benéficas o nefastas.
Las enseñanzas sobre el karma
abren una puerta a la responsabilidad moral asocia-da a nuestras intenciones.
Buda predicó una ética de la moderación: mientras
que debemos aceptar que nadie es totalmente dueño de sus pensamientos y
pulsiones, guardamos la posi-bilidad de no pasar al acto, tenemos la posibilidad
de parar de juzgar y podemos cuestionar ese potencial existente en nosotros
mismos y rechazar los automatismos cuando pueden crearnos prejuicios y hacer
daño a otros.
A través de la meditación podemos mirar las bases
mismas de ciertos pensamientos, deseos o creencias poco favorables a nuestro
desarrollo.
Para muchos estudiosos, el concepto de Kamma es una herencia cultural adoptada
por buda, pero la verdadera innovación del budismo fue desplazar el kamma a
nivel de la conciencia: los seres tienen una responsabilidad moral con respecto
a aquello de lo que son conscientes. Desarrollar una observación no reactiva
(hasta alcanzar la plena conciencia) es el mejor medio de liberarse de la
perpetuación automáticas de las vías equivocadas y de vivir de una forma más
responsable y más sabia.
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