El Absoluto es como un terrón de sal
que se disuelve en el agua y no hay manera de retenerlo en las manos; pero que
si se extrae el agua, la sal queda ahí. Así es ese gran ser infinito,
ilimitado. Chandoguia-upanishad (12, 3)
El verdadero
yogui aspira a ser uno con el todo.
Se conoce
como Upaniṣad a cada uno de los más de 200 libros sagrados hinduistas
escritos en sánscrito entre el siglo VII a. C. y principios del siglo VI a. c. Upaniṣad significa
literalmente “sentarse a los pies de un maestro para recibir conocimientos”.
Los
Upanishads están entre los textos más antiguos de la humanidad. A pesar de su
antigüedad, intentan responder a preguntas que aún hoy en día nos hacemos. Compuestos
por 18 libros extensos y otros más cortos, muchos se presentan como un diálogo
entre un discípulo y un maestro sabio.
Los Upanishads representan una ruptura con la antigua
religión brahmánica y esta vinculada al mundo de los artesanos y
comerciantes de las ciudades del norte de la India, que concibieron formas de
vida y gobierno más flexibles y participativos.
Los Upanishads tratan principalmente liberar nuestra
conciencia de “la dualidad” omnipresente en nuestra existencia: yo y el resto. El ser humano se ve como un ser diferente,
muy distinto de los otros, los animales, las plantas, en general, del mundo que
le rodea. Uno de los objetivos primeros es hacernos comprender que la realidad
no tiene nada que ver con la lógica o la razón.
La
dualidad es necesaria en las relaciones con los otros, gracias a ella, por
ejemplo, voy a ofrecer algo de beber a otro aunque yo no tenga sed. Pero, por
tanto, no debe impedirnos experimentar un sentimiento de unión con el mundo.
La
lección fundamental de los Upanishads es hacernos comprender que el alma del
mundo es la misma que el alma del ser humano. En el hinduismo el hombre no ha
sido creado a la imagen de un Dios con forma humana, aún así diferente; lo que
está en el origen de la creación representado por Brahman no es un Dios
distinto, es el absoluto y sólo necesitamos ir a lo más profundo de nosotros
mismos al atman (alma) para conocerlo. Cuando meditamos podemos
experimentar la esencia de nuestra alma, pero igualmente experimentamos “el
todo”, “lo absoluto”, ya que no somos distintos, no estamos separados. “El
todo” no es una suma de pequeños yo, más bien, una realidad inmensa a la que
todos pertenecemos.
En el
Changogya Upanishad es el joven Svetaketu
que recibe las enseñanzas de su padre Uddalaka que usa como ejemplo las abejas:
Las
abejas reúnen el néctar de cientos de flores. La miel se convierte en todo
uniforme, en el que no podemos distinguir el néctar de cada flor. Es lo mismo
con el alma individual Atman y el alma colectiva Brahmán. El alma
humana tiene la misma esencia que el absoluto, el Atman y el Brahman
forman un todo.
Uddalaka
le pide a su hijo que deposite en el agua un puñado de sal y que vuelva al día
siguiente para recuperarlo de las aguas del río. El hijo busca la sal sin
encontrarla. El padre le enseña que no encuentra la sal porque está disuelta en
el agua, y le pide que la pruebe, que sienta la sal en el agua, para ayudarle a
comprender que la sal está en toda el agua, así como el ser está en todos
lados, no podemos verlo, no podemos entenderlo, pero está.
La idea
de que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos ancla nuestra
existencia. Una gran parte de nuestras angustias, inquietudes son en realidad
banales, pasajeras. Necesitamos un anclaje que nos ayude a avanzar a ser
conscientes que, si bien, mi familia, mis amigos, mi trabajo, son importantes,
no es menos real que un día yo voy a perderlo todo. Todo lo que voy a conservar
es mi harmonía interior, mi unidad con el todo.
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